Una novela feroz: El Complot Mongol.

Una novela muy divertida. Bernal trata con mucho humor dentro del género negro uno de los temas más constantes de la literatura en general: EROS Y TÁNATOS. AMOR Y MUERTE con resultado tan excelente que la convierte en una novela seria de lectura imprescindible a la que se le atribuye el honor de ser la que da arranque al género negro en Méjico. Hacía tiempo que no leía una novela con tanta fruición por tantos méritos: un lenguaje acaparador, desenfadado y atroz que exige diccionario, unas situaciones desternillantes hasta el límite de la carcajada, su trama muy original y también por su ternura.

Llama la atención el cambio alternativo de narrador. De un narrador omnisciente pasa sin solución de continuidad a un discurso en primera persona en la voz del protagonista que incluye las reflexiones y sentencias más valiosas del personaje y del autor. Un escritor mejicano, diplomático, guionista, productor de películas, poeta y periodista. Rafael Bernal nació en 1915 en Méjico capital y murió en Berna el año 1972. 

El protagonista del Complot Mongol, Filiberto García, que no es un héroe ni un justiciero, participa de la imagen del pistolero feroz, con lenguaje brutal, frente al caos de un sociedad corrompida y sórdida desde el mismo centro del poder. Es una variante que se sale del esquema estricto de las películas del Western, que delatan un cierto maniqueísmo. Filiberto García es un hacedor de muertos. Es su oficio irredento, ni bueno ni malo. De ese determinismo no puede escapar. Sin embargo, recibe el encargo de evitar una muerte. Una contradicción que se encarga de recordar continuamente al lector. Solo el amor de Martita puede hacer que escape de sí mismo, por lo que le recuerda reiteradamente que él es bueno. Pero, como en la tragedia griega, el personaje no puede escapar de su destino. El amor redime. Pero no podrá con la muerte. Solo la pérdida de su amada le desvelará lo que pueda ser su propia muerte. Un tránsito que se encara siempre en soledad. Filiberto García, el fabricante de muertos, después de descubrir el amor, verá la muerte desde la perspectiva de Martita. Martita muerta, absolutamente sola.

El punto original de la novela, entre otros, es que no empieza con un muerto como casi todas las novelas del género, sino que trata de evitarlo, utilizando el mismo método que la generalidad de las novelas negras: la deducción, más que la acción que subraya sobre todo el actual cine negro.

La muerte es un elemento permanente en toda esta novela.  Sobre la importancia de este punto hay un estudio excelente de 2016 de Rogelio Castro y Felipe Oliver, dos profesores de la Universidad mejicana de Guanajuato, bajo el título: «Presencia de la muerte en El Complot Mongol de Rafael Bernal»En síntesis, viene a decir que la muerte, elemento cierto y fatal, es incierta en su esencia. Esa incertidumbre limita y condiciona la vida. Que esta tenga sentido o no, son solamente posibilidades que cuestionan la fatalidad. 
Hay mucho que leer, pero El Complot Mongol merece más de una lectura. Muy bien por Rafael Bernal.
©jcll. Diciembre 2018.

"Lobgesang". La Segunda Sinfonía de Mendelssohn.

     A Wagner no le gustaba Mendelssohn al que atribuía defectos musicales, probablemente, por su condición de judío y por su conservadurismo estético. A esa crítica se unieron las voces de otros, incluso de su misma estirpe, quizás, por no perdonarle su conversión al protestantismo luterano, acusándole de falta de espontaneidad, de carecer de profundidad, del escaso sentido dramático de su música y de excederse en la sensiblería. Opiniones que pervivieron durante todo el periodo de antisemitismo canallesco que dominó Europa desde finales del siglo XIX hasta mediado del XX. Escuchar con otro ánimo su Segunda Sinfonía resulta, más que un descubrimiento, un alumbramiento que deja sin razón toda esa crítica despreciable que magnificó hasta el extremo el régimen nazionalsocialista al borrar el nombre de Mendelssohn y su obra de todos los auditorios europeos.
Qué poco se había escuchado «Lobgesang» privándose de un espectáculo fantástico, como el que se pudo disfrutar en el concierto del viernes pasado en la Sala Iturbi del Palau de la Música, al que contribuyó, de manera muy especial, la brillante interpretación del Coro Nacional de España bien acompañado por la Orquesta de Valencia. Razón tenía el compositor cuando dijo que la «música llena el alma de miles de cosas mejores que las palabras». Si casi siempre es verdad, en este caso es absoluta.»
©jcll. Diciembre 2018.

La CAJA NEGRA revela la culpabilidad de Michael Connelly.


                                       (Con ocasión de la tertulia literaria, negra y criminal de 28/11/2018, mi opinión personal).
  
El inculpado, periodista de oficio y escritor, estuvo trabajando en Los Ángeles Times desde 1988, cuatro años antes de los graves acontecimientos que ocurrieron en la ciudad, originados por una sentencia a todas luces injusta, que indignó a la comunidad negra al absolver a cuatro agentes de la policía que se habían excedido en su intervención, ocasionando la muerte de un ciudadano negro desarmado. Tal circunstancia le sirvió de pretexto para estructurar una novela de la que se ha dicho que podría ser un “recuerdo” de aquellos hechos en su vigésimo aniversario. La novela se publicó en 2012.  A la versión española se le otorgó el VI Premio RBA de novela policiaca, más que por esa obra, probablemente, por toda su trayectoria criminal.
La caja negra es una novela de fácil lectura, como casi todo lo que escribe Connelly con buen estilo, excelentes diálogos y gran maestría narrativa, capaz de mantener la intriga a la manera de las series televisivas que hacen apenas soportable el tedio de una tarde lluviosa del invierno incipiente. No es gratuito que su obra haya dado pie a la producción de estas con beneficio dispar para el autor y los decepcionados amantes del genero. Dejémoslo ahí. Solo hay que añadir que su obra resulta muy visual. Volviendo a La Caja. Después del extraño descubrimiento de un cadáver poco común en aquellas revueltas, Bosch se queda “mosqueado” durante veinte años por aquella incertidumbre. Sin embargo, no toca el tema racial, sino que se limita al caso de una periodista danesa, al parecer, ajena a aquel alborotado escenario y que de alguna manera le supone un escrúpulo, ya que, en algún momento, expresa la prevención poco comprensible de resolver, especialmente, el caso de una víctima blanca entre una mayoría de víctimas negras que quedaron sin resolver en otras cajas negras.
Conelly ha escrito, por lo menos, diecinueve novelas con el protagonista Harry Bosch. Además de “La caja negra”, he leído una de sus novelas iniciales titulada “El eco negro” con intención de comprender mejor al personaje y al autor. En las dos novelas los victimarios son excombatientes de la guerra del Vietnam y de la del Golfo. Parece que la guerra saca a relucir la verdadera naturaleza de las personas. En las dos existe un paralelismo claro. Si en “La caja” resuelve un caso de veinte años de antigüedad, en “El eco” disipa uno que tuvo su origen entre las “ratas” de los túneles estremecedores de Vietnam. El curso de las dos novelas es parejo. El proceso de investigación es similar. Comienza con apenas nada, una bala o una anónima llamada telefónica. (Por cierto, el jurado tuvo oportunidad de examinar in situ una bala para constatar sus características, y un perito, en calidad de testigo indirecto, ilustró al jurado sobre la trazabilidad de todas las pistolas). En las dos novelas el protagonista es hostigado por sus superiores. Los personajes secundarios se parecen, con distintos nombres, y los finales resultan igualmente inverosímiles. En ambas, Bosch a punto de morir en una situación increíblemente desesperada es salvado in extremis por una mujer con motivaciones espurias. Hay una diferencia: la referente a las relaciones sexuales. No se dan en La Caja y sí en el Eco.
El perfil de Harry Bosch está muy definido. Es un personaje depresivo, solitario, enamoradizo, paradójicamente cuasi misógino, y desencantado del mundo, de la hipocresía de la política y de la burocracia, “per se” obstructiva. No obstante su talante depresivo, cree en la verdad, piensa que esta debe imponerse a la injusticia, toda vez que la “justicia formal” está de parte de los poderosos a quienes desprecia, quizá por sus orígenes marginales. Harry Bosch ha sido y es un superviviente. Nace marginal. Es hijo de una prostituta a la que asesinan. Crece en orfanatos. Es un excombatiente de la guerra del Vietnam. Conflagración que ha producido un estigma insuperable en la sociedad norteamericana que ha afectado a sus valores y principios. Algo que prorrumpe toda guerra en que ha intervenido el país después de la segunda contienda mundial.  Bosch arrastra fantasmas de su pasado que influyen en su conducta de manera distinta a como resuelven su pasado los “malos”. Fantasmas que le siguen en su marginalidad como policía. Bosch no es de “la familia”. No es aceptado por la institución policial y será un perseguido por “Asuntos internos” ab initio. “Asuntos internos” es un prototipo de lo formalmente correcto a marcha martillo, una permanente inquisición empecinada en llevar a Hieronymus a la hoguera por su heterodoxia. Tan heterodoxo como su homónimo pintor.
Quizás, por ello, Harry Bosch desconfía de la rectitud moral de quienes mandan, a los que se enfrenta con su terquedad en resolver los casos al margen de la burocracia y de los manuales policiales, y con su individualismo, aunque manifiesta una complicidad con sus colegas, a los que deja al margen en su enfrentamiento con la autoridad. Considera que ello es una decisión personal en conciencia que trasluce un sentimiento de indignación frente a la corrupción de sus jefes y de responsabilidad ante la opinión pública. Opinión pública con la que amenaza a jefes corruptos por medio de la prensa. Por su condición de periodista es normal que Connelly tenga un concepto positivo de los medios, aunque tampoco los considera exentos de toda culpa al tratar de buscar titulares cuya importancia esté en relación con beneficios económicos, más que con el ejercicio del cuarto poder.
Lo que no me ha gustado son las soluciones mágicas que utiliza Conelly para progresar en la solución de los casos, casi siempre a través de la introspección, con giros argumentales tan imprevisibles como increíbles.
Conelly muestra carencias al dibujar los personajes femeninos, tanto con sus ocasionales parejas, con su hija adolescente, aspirante a policía que quiere limar los defectos del padre, como con la agente de Asuntos internos que sobreviene portadora de un final feliz al modo de un “Deus ex máquina”. El perfil de la hija provocó diversidad de opiniones al considerarla muy madura o muy madura de manera increíble a los dieciséis años. Pienso que está poco definida como personaje. No sé si pensar que es un recurso narrativo del autor como contraste ante el deterioro de Bosch, o Conelly está imaginando a su propia hija y deja unas pinceladas de ella.
A Bosch le gusta el Jazz y cita músicos y temas. Podría parecer, de manera ocasional, la banda sonora de la novela y hasta un regalo al lector aficionado. Sin embargo, me parecen superfluas sus referencias y sus comentarios diletantes. Creo que no añaden nada a la novela, ni siquiera comparten el ánimo del protagonista reflejado en el tema que pueda escuchar. La música en el cine y hasta en la literatura es un elemento añadido que predispone el ánimo del espectador o del lector para inducirlo más conspicuamente en lo que ve o en lo que imagina, o hacer más comprensible el momento o el entorno. En tal caso sería más inteligible que utilizara el Blues. Quizá, Connelly solo quisiera decir que a su personaje le encanta el Jazz. Yo hubiera preferido que lo hubiera mostrado.
Connelly es difuso a la hora de fijar las relaciones personales de sus personajes. A veces solo son nombres. Alguien podrá argüir que así refleja mejor el pertinaz individualismo de Bosch y su insana misoginia.

En síntesis. Cabría decir que Connelly ha pasado mal el corte de una tertulia exigente, a pesar de que ciertos abogados intercedieron por él con alegatos relativos a su buen oficio como periodista y escritor del genero policiaco y a su capacidad de entretener. Si hubiera que concretar el veredicto ponderado del jurado, sin ostentar representación alguna, diría que Michael Connelly, incluso con sus premios, es culpable de irrelevancia. 

© jcll. Noviembre 2018.



A propósito de la Cuarta.

Tengo una amiga especial a quien no le gusta Mahler. Dice que, después de Bach, Haydn y Mozart, ya no hay música, sino ruido.  Las emociones más puras no precisan de ruido, sino de silencios entre los que deslizar el sonido armónico sin necesidad de excesivas peculiaridades instrumentales. Si acaso, el adagietto, tantas veces escuchado, puede resultar excelso.
Si por ella fuera, el Mahler, monstruoso, revolucionario e innovador continuaría sumido en el ostracismo y la repulsa por su rebeldía anticartesiana, por su cosmos caótico y, quizás,  hasta por su judaísmo. También el nazismo contribuyó a su anatema. ¿Para qué un mundo nuevo musical, cuando en música todo estaba dicho? Debió de entenderlo, remachó mi amiga, al constatar que era preterido en la Viena coetánea frente a Richard Strauss. Mejor director de orquesta que compositor.
Tenía tantas cosas que rebatirle a mi amiga que preferí callar. Ni siquiera preguntarle si le gustaba el jazz. Ya sabía su respuesta. Hay muchas maneras de expresar de manera venturosa las emociones. “Nihil novum sub sole”, diría mi amiga, pero hay tantas maneras de ver lo inmemorial, que resulta  muchas veces hermosamente nuevo. Además, ¿desde cuándo no hay nada nuevo?
Eso pensaba al abandonar el Palau de la Música el pasado día trece después de escuchar la Cuarta Sinfonía de Mahler.

2º Premio de Relatos Cortos con fondo sonoro. Palencia.








La Asociación de Amigos de la Fundación Diaz Caneja de Palencia convocó en 2018 el Segundo Certamen literario de Relatos Cortos con fondo sonoro.  El jurado otorgó el segundo premio al relato titulado La Cuarta Sinfonía, cuyo autor es José Carrasco Llácer.

El relato describe la vocación musical de un niño  en el medio rural y hostil en el que vive, donde, de manera liberadora, va descubriendo en los sonidos más cotidianos  los acordes de las grandes obras de la música clásica, pero también los estribillos en torno a los que surgen los temas de Gerwin, el Blues o las melodías de Billy Holliday.

Una crónica sesgada.





Miércoles, 30 de octubre de 2018. 19’00 HH. Tertulia de Primado Negra. Autor: Chester Himes. (1909-1984).
Novela: Un ciego con una pistola. 


Chester Himes empezó a escribir en la cárcel en la que estuvo nueve años y puede que lo hiciera para ganarse la consideración de quien escribe y le publican, además de ganarse la vida, pero, sin duda, fue precursor, dentro del género de la novela negra, de ciertos recursos literarios que han servido de guía para escritores y cineastas. 
No procedía de una familia negra desestructurada, sino de cierta clase media acomodada que le procuró formación universitaria. Es posible que su ánimo inquieto, ávido de experiencias, le arrastrara a los bajos fondos de la vida neoyorkina de la que pudo extraer, además de una condena, paisaje y personajes para sus novelas. 
Asqueado o temeroso de su entorno huyó a Paris desde donde escribió gran parte de su obra. Luego, casado con una mujer blanca, se instaló primero en Alicante y, tras pasar por Argel, en Moraira en 1969. Está enterrado en el Cementerio de dicha localidad en una tumba casi desconocida. Si se interroga a los mas viejos del lugar, puede que alguno recuerde: “... aquel negro casado con una rubia inglesa”. 

Chester Himes es un escritor violento, que escribe desde las tripas, desde el dolor y la falta de confianza en el ser humano. Al parecer, es el primer escritor negro que se atreve con este tipo de literatura. ¿Literatura de Kiosco? ¿Subgénero para el entretenimiento? La novela negra, policíaca o criminal, era y es una escritura esencialmente comercial hasta que Vázquez Montalbán la dignificó. ¿Urbi et orbe? Puede. Pero con dudas. En la literatura criminal ha habido y hay buenos y malos escritores. Algunos recuerdos de infancia me conducen al kiosco de la plaza donde algunos parientes cercanos, lectores irredentos, cada semana compraban novelas policiacas, negras, –del FBI, se decía entonces­ para distinguirlas de las novelas del Oeste–, y, después de leídas, solían cambiarlas por otras en el mismo Kiosco por veinticinco céntimos de la época. A veces, pudo encontrarse alguna perla. Pero ¿la escritura de Raimon Chandler, de Patricia Highsmith, de Chesterton, de Graham Green, de Wilkie Collins, de Ágata Christie, etc… –literatura negra–, habría que considerarla como género de Kiosco? Cierto que casi todos los novelistas escriben para vender, pero, así como hay productos  de marca, hay productos de mercadillo. Tengo para mí que lo que escribe Himes es, exquisitamente, de marca.


“El ciego con una pistola” es una novela de difícil lectura. Opinión generalizada. Algunos confesaron decepcionados, que incluso, fueron incapaces de terminarla. Otros abominaron de ella por caótica y mal estructurada. Alguno tan solo vio mérito en el titulo y en su prefacio. 
Se echó en falta la introducción que traía la primera edición en español de la novela, con un análisis que podría haber coadyuvado a la comprensión de la lectura.
Me costó entrar en ella en su primer tercio, por su "collage" impresionista, por su ausencia de “suspense”, por su falta de hilo, hasta que constaté que al autor lo que menos le importaba era la historia que conducían sus dos negros protagonistas al servicio del corrupto nihilismo de su jefe blanco, con absoluto cinismo frente a todos y como único respiro dentro del gueto harlemtiano. Lo importante era el medio.

Hay una frase en la novela que considero ser su núcleo: “¿Alguien que viva aquí puede ser honesto? Este sitio fue construido para el vicio…”y la locura. Se refería Chester Himes al Harlem previo a 1969. La novela se publicó en USA en dicho año. Aunque, me atrevería a decir que Himes, quizás, más allá de lo que vio un grupo de tertulianos, utiliza el Harlem perturbado y caótico como una metáfora. Harlem como telón de fondo para mostrar el cómo de la corrupción, el cómo de la violencia que genera el racismo, la marginación, la desigualdad, el supremacismo y la xenofobia. Harlem es el personaje, el relato. Afirmación consentida, especialmente, por los que manifestaron haberles gustado la lectura de la novela. 

“Un ciego con una Pistola” es una novela muy violenta, porque el medio en el que se desarrolla es injustamente terrible y sin esperanza. No hay lideres que aúnen, ni dioses que se impongan, ni sueños que valgan, sino esperpentos al modo Valleinclanesco y Buñuelista, remachando con toda intención un lustre religioso. ¿Se puede presentar algo de modo más esperpéntico que los sueños de salvación? De la misma manera esperpéntica, para Himes, el negro es basura negra y el blanco es basura blanca, y objetivos sobre los que dispara el ciego. No hay salvación para un mundo de ciegos. Ciego que tan solo aparece al final del libro, probablemente para darle nombre a la novela. 

         Himes escribe con una mezcla de humor y cinismo producto de su impiedad, como si vomitara, con arcadas y espasmos.  Lo que tiene de impacto la novela es que nos muestra cómo es la verdad más que el porqué de la misma. Lo manifestó Himes en una entrevista mucho después de la publicación de la novela. Chester Himes hace el trabajo de un forense, rajando, abriendo y mostrando para que el lector, con el estomago revuelto, extraiga su propia consecuencia. Efectivamente, una metáfora ausente de toda moralina, pero un espejo de la violencia desorganizada que podrían acabar produciendo actualmente los lemas de una derechona rampante y descarada, henchida de odio supremacista, de racismo y xenofobia contra la que Chester Himes hace disparar a un ciego de la manera en que un ciego puede hacerlo: a ciegas. Chester Himes carece de esperanza, y estoy seguro de que el ciego volvería a disparar de la misma manera, aunque el Harlem de 2018 sea del todo diferente al que pinta con brocha gorda en la década de los sesenta. 

Esa es, para mí, la actualidad de “Un ciego con una pistola”: que mientras se mira para otra parte, hoy lo mas parecido al Harlem de 1969 sea el producto del filonazismo que rebufa America first, el creciente de la Europa que señala y excluye al diferente. Con idéntico cinismo. El mismo racismo, la misma xenofobia en definitiva.

Después, el piscolabis resultó catártico.

© JCLL. Noviembre 2018.



Los espejos rotos.

He estado dudando si quitar los espejos de mi casa, todos, los del retrete, el de la entrada, los de los armarios o si ponerme una máscara o un disfraz con la que esconderme. He llegado a la conclusión que ni una cosa ni otra. Mejor romper los espejos. De esa manera cuando me asomo a ellos descubro mi imagen deformada, con todas las perversiones al descubierto, y pienso que es culpa de ellos, incapaces de reunir mi perfil virtuoso. Con la máscara no me engañaría a mí mismo, sino solo a los demás, y los otros no me importan. No son el infierno. Sartre no tenía ni idea de lo que decía, ni sabía de máscaras ni de espejos. Creía que eran los demás quienes le hacían obsceno y feo solo para hacer rabiar su existencia. Pensaba únicamente en sí mismo en medio de todos. Yo pienso solo en mí mismo, en mi única y absoluta soledad, de ahí la importancia de los espejos. De los espejos rotos, tan insolentemente veraces en su malicia.

ãjcll. Marzo 2018