La maratón de Roma.

—¿Qué pasa, Camilo? Te veo serio.
—Nada. Acabo de decidir que ya no voy a correr más la maratón de Roma, ni ninguna otra. 
—No es mala decisión para tomarla delante de una buena pinta de cerveza, sentado en esta terracita tan soleada.
—Para la de este año, lo tenía todo previsto, hasta mi certificado médico impecable, la inscripción pagada, el avión y el hotel reservado.
—Hombre, Camilo, después de tres años jubilado, pienso que es una barbaridad correr, como si tuvieras prisa, para ir a morir entre el Coliseo, la Piazza Navona, el Circo Massimo, el Teatro Marcelo y las Termas de Caracalla.
—A la del año pasado le sobraron ocho kilómetros cuando caí reventado, pero me entretuve contemplando las calles de Roma, llenas de historia, y sus monumentos sin que notara mis piernas.
—Ya hiciste la de Nueva York cuando eras joven, y la de Atenas.
—Me ilusionaba hacer también la de Berlín.
—Ya eres mayor para esas cosas.
—Puede que tengas razón, pero, si ya no sirvo para correr la maratón, ¿de qué voy a llenar mi vida? Porque la vida hay que llenarla para que lo sea.  
—Podrías leer más.
—Todos los días leo por lo menos cuarenta páginas de un libro. El último que he leído ha sido el de Patrick Modiano.
—¿Y escribir? A ti te gusta.
—Emborrono  cuatro folios cada día.
—Puedes ir al cine.
—No me gusta el abuso de los efectos especiales con que llenan la mayoría de las películas actuales, y las viejas películas me las sé de memoria, aunque de cuando en cuando las reviso por puro deleite de contemplar las obras maestras.
—¿Por qué no viajas?
—Lo que me permite el Imserso. Mi pensión no da más de sí. No creo que vuelva a pasar el Cabo de Hornos, ni navegue los cuarenta rugientes, ni recorra la ruta de la Seda, ni vuelva a bajar en bote el río Pacuare. Puede que vaya a algún museo.
—Escuchar música, ir a la ópera, al Liceo.
—La Filarmónica me permite escuchar al año veinticinco conciertos de música de cámara y algunos de música sinfónica. Para jazz, ya frecuento el Jimmy y el Café Mercedes.  Con ello agoto el presupuesto.
—¿Y la moto?
—La vendí por consejo del urólogo, lo mismo que la bici. Dice que castigaban la próstata.
—Podrías hacerte más visible en el facebook y en las redes.
—“Vade retro”.
—O meterte en una peña gastronómica.
—Ya guiso en casa.
—Aprender otro idioma.
—Cabe  que le dedique al chino el tiempo que resulte después de preparar solo la media maratón.
—¡Qué cabezota!
—No pienso dejar de correr, no vaya a ser que caiga víctima de una depresión. Hasta los noventa y dos años, que tenía el anciano que corrió la del año pasado en Roma, todavía me quedan veinticinco, aunque creo que tampoco la terminó, pero hizo más de media. Cualquier día entraré en el club de la “cuarta edad” y entonces me plantearé si dejo también de correr la media maratón y que pase lo que sea. 
—Tú lo que necesitas es hacer más el amor.

—¿Tú crees? Se lo preguntaré a mi chica. Creo que duermo demasiado.

Relámpago

La mujer con la edad se vuelve más interesante. Para confesar esto no hay que estar borracho, ni siquiera para justificarse ante sí mismo y ante los demás por el hecho de encamarse con una señora que dobla la edad del protagonista, un arquitecto paisajista, al que todo se le desmorona en un instante, tan  fugaz como el de un relámpago.  Blitz, así se llama relámpago en alemán. Blitz, la última novela de David Trueba, publicada por Anagrama.
Una relación en la que no hay exaltación, sino la ceguera que trae el trallazo del relámpago a la que sigue el descubrimiento y el cambio después de quedarse al aire, en el aire, sin paracaídas, sin refugio, sin referencias, ciego, sin señales y con la dirección rota. Quizás con la única referencia del sabor del pastel de manzana. Algo muy básico después del humor.
La novela de David Trueba se lee de una sentada todo el rato con el dedo puesto en la página siguiente. Es una novela corta. Ni  me enteré que llovía.

©Preludio. Equinoccio de primavera 2015. 

Bolero

Hay un bolero que he escuchado hoy al leer un relato de Leandro Padura. Se llama el bolero: “La vida es un sueño”, de Arsenio Rodríguez.
“Después que uno viva
veinte desengaños,
qué importa uno más.
Después que conozcas la acción de la vida
no debes llorar.
Hay que vivir el momento feliz,
Hay que gozar lo que puedas gozar,
Porque sacando la cuenta en total,
La vida es un sueño
Y todo se va.
Es la traducción del carpe diem. Vivir el momento para extraerle todo el jugo, sabiendo que incluso será escaso porque todo es un sueño en un mundo sin felicidad.
Si todo es sueño, si el carpe diem tampoco tiene consistencia será mayor fuente de infelicidad. Buena ración de nihilismo. No hacer nada, pues todo lo que se haga será un desengaño más por el que no vale la pena llorar.
Sin embargo, queda el recuerdo, el impacto de lo que se hizo, fascinado por el momento. Ese momento no es pasado, ni futuro, sino siempre presente. “Gozar lo que puedas gozar”. Porque, finalmente, no todo se va; más bien será memoria. “Me recordarás cuando en la tarde muera el sol”, otro bolero, el primero que cita Padura en Nueve noches con Violeta del Rio. El desengaño viene de la pérdida del momento, de su desprecio. De no hacer nada.