La gota contra la primavera. Mario de los Santos. Editorial Edhasa.

Apenas comencé a leer la última novela de Mario de los Santos experimente una cierta sensación parecida al vértigo al contemplar el ultimo plano de la vida desde un primer peldaño. Era como asomarse al vacío y al horizonte. Toda muerte supone un vacío y muchas veces una ausencia que suelen rellenar los recuerdos o la suple la memoria si hay motivos, y entonces el vértigo se atempera. Sin ellos, queda el olvido que se transforma en nada. Pero mi vértigo resultaba extravagante.
La gota contra la primavera” da respuesta a los objetivos primordiales de los deseos más esenciales del protagonista de la historia que él mismo narra, y nos lleva a  entender desde la primera página la cita de Borges, preludio de la novela: “Solo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece”. La gota…nos da respuestas.
La novela de Mario de los Santos nos retransmite un partido de futbol, interrumpido por remotas beligerancias, que se inició en 1982 y que durará muchas vidas, porque el pasado es un continuo presente fraguado en la resistencia, en el dolor, en la enfermedad, en la incomprensión, en el perdón, también en la solidaridad devenida ante injusticias comunes, y en la muerte, sin perjuicio del amor que se torna necesario. Un partido de fútbol que se hace biografía saqueada, revivida en la frontera entre la fantasía y lo real, como ocurre en toda buena novela, y el vértigo vuelve a aparecer de otra manera a medida que va creciendo la expectativa dentro de un cierto caos literario, estructural.
La gota contra la primavera es una novela optimista, vital, incluso eufórica –lo justo--, donde el amor lo redime casi todo, pero sin que salve nada ni a nadie. No justifica, pero es un espejo que nos devuelve una imagen crítica en el sentido estricto de la palabra. Invita al juicio y a la reflexión. Es como esas películas que, al llegar al final,  los espectadores se quedan un minuto sentados en sus butacas después que ha desaparecido toda imagen y todo sonido, y el silencio, que se ha apoderado de la sala, —desaparecido el vértigo—, dota de solidaridad las sensaciones y los pensamientos.
Mario de los Santos ha escrito una buena novela breve que Edhasa ha publicado para su colección Tusitala. Una novela, a mi parecer, dos veces buena.

©Preludio. Primero de junio de 2014

Homenaje a Javier Tomeo y José Verón.



                  Javier Tomeo es un escritor tremendo por excéntrico, desmedido, enorme y fantástico.  Aragonés, nació en Quicena en 1932 y murió en Barcelona el año pasado. Ha sido uno de los mejores narradores españoles de los últimos cuarenta años. De entre sus obras cabe destacar: “El unicornio”, “Amado monstruo”, “El cazador de leones”, “La mirada de la muñeca hinchable”, “Diálogo en Re menor”, “El hombre bicolor” (su obra póstuma),  y un largo etcétera.  Su obra es muy imaginativa. Sus personajes son seres problemáticos, mentalmente deformes que ponen al descubierto desde un punto de vista dramático y existencial muchos tópicos de la condición humana. Su tema recurrente, la ausencia del otro, o la propia soledad.

         José Verón es poeta, narrador, periodista  y fotógrafo.  Nació en Calatayud en 1946. Su obra bibliográfica está plagada de premios. Entre sus poemarios cabe destacar: “Tríptico del silencio”, “Instrucciones para cruzar un puente”, “El naufragio perpetuo”,  “En las orillas del cielo”; En narrativa, entre otros: “La letra prohibida”. Como fotógrafo son muchos los premios nacionales e internacionales recibidos. Y su obra ha sido expuesta en mas 100 exposiciones individuales. La Federación de las Casa de Aragón le concedió en 2003 la Medalla al Mérito en las Artes, en 2006 se le concedió la Medalla de las Cortes de Aragón.

         No es extraño que la Asociación Aragonesa de Escritores haya querido hacer un homenaje a estos escritores tan emblemáticos, en el Centro Aragonés de Valencia dentro de la Gran Semana Cultural que tiene lugar cada año con motivo de la festividad de San Jorge, Patrono de Aragón.

         Juntamente con las lecturas de fragmentos escogidos de las obras de Javier Tomeo y de José Verón, se leyeron también pasajes de obras de Ana María Navales, José María Conget, Gil Novales, Ángel Guinda, e Ignacio Martínez de Pisón, todos ellos  autores laureados con el premio de las Letras Aragonesas, a los que pusieron voz algunos escritores pertenecientes a la Asociación Aragonesa de Escritores  que se desplazaron con tal propósito hasta la capital levantina,  y otros especialmente invitados de la Asociación de Escritores y críticos literarios de Valencia (CLAVE).

         Todas las lecturas fueron acompañadas por la rondalla del Centro Aragonés de Valencia que puso a disposición su noble Salón de actos,  con una cuidada selección de obras muy entrañable del repertorio de música aragonesa.

         Como asistente a dicho evento quiero agradecer a ambas entidades patrocinadoras, en las personas que las presiden, Don Pablo Gómez y Don José Luis Corral, que hayan brindado a muchos aragoneses residentes en Valencia y a muchos valencianos enamorados de Aragón, la oportunidad de conocer un poco más y mejor a dichos autores laureados con el Premio de las letras aragonesas.

         ©Preludio. Abril 2014

        

        




Chesterton y Bernard Shaw


“Si la razón dice que la vida es irracional, según Bernad Shaw, la vida debe contentarse con responder que la razón no tiene vida; la vida es lo fundamental, y si la razón le estorba, hay que pisotear a la razón y arrojarla al lodo entre las más abyectas supersticiones.  En el sentido ordinario, sería singularmente absurdo insinuar que Shaw desea que el hombre sea un puro animal, pues eso va siempre asociado con la lujuria o la incontinencia, y los ideales de Shaw son rectos e higiénicos. Pero existe otro significado por el que pudiera decirse que Shaw desea que el hombre sea un animal. Es decir, quiere que se aferre eternamente a la vida, al espíritu de lo animado, a lo que sea común a él, a los pájaros, a las plantas. El hombre debe tener la ciega fe de una bestia: debe de ser tan místicamente inmutable como una vaca y tan sordo a los sofismas como un pez.  Shaw no quiere que sea filosofo ni artista, y es menor su deseo de que sea un hombre, que el de que, en este sentido, sea un animal. Ha de marchar tras la bandera de la vida por una convicción tan feroz como todas las demás criaturas la siguen por instinto”.

La casa de los arquillos. Reseña.

La casa de los arquillos, como dice la contraportada del último libro de la escritora Pilar Aguarón, publicado por la Editorial la Fragua del Trovador, “no es una novela, ni tampoco es un libro de relatos al uso”. El libro, pudiendo ser con toda dignidad cualquiera de las dos cosas, adquiere consistencia desde un collage de vivencias de personajes vinculados de alguna manera con la casa —el principal personaje— como puntal que sostiene una historia inquietante.
La narración se construye “ab initio” sobre la base de una casa contaminada que subyace en la mente de todos los personajes con el carácter de una aciaga fatalidad. Traspasar su puerta es percibir el nefasto anuncio de la entrada en un espacio fatal  sin que exista salida comprensible más  allá de un volver a empezar lejos de la misma. Casi todos los personajes están infectados de pesadumbre y desolación en la casa de los arquillos. Unos arcos que parecen abiertos al mundo, pero que en realidad resultan cegados a cualquier alegría.  Todo insinúa una reclusión hermética, una tristeza ininterrumpida, un desamparo insondable. La lectura de La casa de los arquillos nos evoca de alguna manera The House of Usher, el relato de Edgar Allan Poe, en el que la degradación de la mansión perturba a sus habitantes como la señal última de una vida agónica. En ambas obras hay muerte que contamina la vida.
En el libro de Pilar Aguarón se ve una suerte de metáfora sobre la realidad devastada que nos envuelve tan desprovista de esperanza,  tan parecida a aquella de la derrota  de La República y de la postguerra que negó el ser, y dejó sin casa a tantos, como dice el poema lorquiano  a que hace referencia: “pero yo ya no soy yo, /ni mi casa es ya mi casa/. Algo es lo mismo en este tiempo de corrupción, de crisis económica, política, social y de valores. La casa de los arquillos que habitamos todos, de alguna manera nos infecta.
Al final se acabó rompiendo el mundo y ya no tiene arreglo, dice el miliciano que ocupó la casa. Se rompió, sumido en la oscuridad y en la tiniebla. Desmentida toda expectativa, no queda más esperanza que volver a empezar lejos. Levantar de nuevo la piedra, como Sísifos cualesquiera, en un ciclo maldito.
Quizás, como un único rayo de esperanza, como única suerte, como única riqueza, sea salvar lo que está intacto, sin contaminar, la biblioteca, la visión de las auroras boreales y cierta memoria del amor.
Pilar Aguarón escribe La casa de los arquillos de manera afilada, penetrante, concisa, con sentido autocrítico, con un estilo trabajado, inconforme, dotado de una expresividad que deja mucho campo a la imaginación, lo que siempre agradece el lector. Una lectura muy recomendable.
© Preludio y fuga. Marzo 2014.


El relojero de Real.- Reseña

El relojero del Real.

Bel Carrasco (Valencia 1952) es periodista.  Ha trabajado para el diario “El País”,“Las Provincias”, “Levante, El Mercantil Valenciano” y “Cartelera Turia”, medios de comunicación valencianos. Actualmente para el diario “El Mundo”, de manera especial en el área de cultura.
En diciembre de 2012, Ediciones Atlantis publicó su primera novela titulada “El relojero de Real”, ambientada en un pueblo valenciano del interior, en el margen del rio Magro, un escenario rural de primeros del siglo XX, y aunque seguramente porque hay crímenes y muertos de manera violenta lleva el sello editorial de la serie policiaca y negra, no entra dentro de dicho género. No hay una investigación detectivesca, sino es el azar quien va sacando a la luz las consecuencias de las atrocidades que tuvieron lugar un día de octubre de 1899, y el que dará solución igualmente a lo que va sucediendo. También hay amor, pasión, admiración por la naturaleza y afecto por los animales, pero sobre todo un recurso a la memoria que da pie una amistad entre dos personajes que convergen en su humanidad aunque sus ideas y sus maneras de pensar sean absolutamente dispares. Este es uno de los mayores logros de la autora, que exhibe a las claras el excelente hacer de una pluma muy bien afilada en su profesión.
Son dos los personajes que soportan el peso del relato, a los que la autora ha dotado de una empatía que conmueve al lector  obligándole de buen grado a tomar parte en sus vidas. Otros dos personajes, tan igualmente dispares en sus perfiles sicológicos, son el complemento que viene a dar solidez a las historias de cada uno de los primeros.
La novela se construye sobre tres enigmas que se van enlazando como si se tratara de un encaje de bolillos y con la misma sensibilidad y delicadeza que exige esta labor. Bel resuelve la historia de una manera muy amena y no exenta de un humor fino y de una ironía ancestral, con un léxico muy rico, que abunda en palabras que pertenecen a aquel ambiente rural y a aquella época y que hoy, el progreso y la tecnología, lamentablemente, han hecho desparecer poco a poco.  Para los lectores de edad madura que conozcan o hayan vivido dicho ambiente rural es muy probable que remueva posos de nostalgia.
La lectura de “El relojero de Real” engancha de tal manera que se lee con avidez. Uno de los mejores elogios que cabe decir sobre un libro de ficción.
©Preludio. Enero 2014

Como otros Sísifos.-



Es cierto que no han destrozado muchos sueños y que muchas lesiones no van a tener cura. O al menos no lo veremos. Hemos dejado nuestras esperanzas e incluso nuestras vidas en manos de gente incompetente y deshonesta. Hemos sido cándidos y hemos entregado una confianza que no merecían. Hay quienes han luchado, que su vida la han vivido en el compromiso. Y que por ello mismo al contemplar el paisaje se sienten más derrotados.
Pero es cierto también  que, si miramos más atrás, de alguna manera hemos sido en parte afortunados. Solo con observar el siglo pasado, vemos que ha sido tan cruel como lo peores siglos de la historia, y nosotros al final de ese siglo y en el principio de este pensábamos que caminábamos sobre raíles seguros de progreso y bienestar. Pensábamos que nos habíamos liberado de la dictadura ominosa de los fascismos y de las guerras e inaugurábamos un camino de libertades sin retorno. Ha sido un espejismo.
La caída del muro que, por una parte ha sido buena, por otra, ha roto una contención que de alguna manera nos protegía de un capitalismo brutal y salvaje. Las fuerzas de la barbarie de siempre vuelven a campar por todo el mundo globalizado (dominado con los avances técnicos) y hemos vuelto a ser súbditos, vigilados, controlados y sin derechos.

Reconquistar los derechos de nuevo es una empresa difícil. Volver a empezar como otros Sísifos nos encuentra cansados, con la dificultad de que no hemos sabido enseñar a las generaciones que nos siguen que nada se regala, que los derechos y libertades hay que arrancarlos y mantenerlos con sangre y lágrimas, y no sabemos si esas generaciones están dispuestas a ser libres o prefieren seguir siendo vasallos. Todavía han sufrido poco para decir con convicción: ¡Ya basta!