
Una relación en la
que no hay exaltación, sino la ceguera que trae el trallazo del relámpago a la
que sigue el descubrimiento y el cambio después de quedarse al aire, en el aire,
sin paracaídas, sin refugio, sin referencias, ciego, sin señales y con la
dirección rota. Quizás con la única referencia del sabor del pastel de manzana.
Algo muy básico después del humor.
La novela de David
Trueba se lee de una sentada todo el rato con el dedo puesto en la página
siguiente. Es una novela corta. Ni me
enteré que llovía.
©jcll. Equinoccio
de primavera 2015.
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