He estado dudando si quitar los espejos de mi casa,
todos, los del retrete, el de la entrada, los de los armarios o si ponerme una
máscara o un disfraz con la que esconderme. He llegado a la conclusión que ni
una cosa ni otra. Mejor romper los espejos. De esa manera cuando me asomo a
ellos descubro mi imagen deformada, con todas las perversiones al descubierto,
y pienso que es culpa de ellos, incapaces de reunir mi perfil virtuoso. Con la
máscara no me engañaría a mí mismo, sino solo a los demás, y los otros no me
importan. No son el infierno. Sartre no tenía ni idea de lo que decía, ni sabía
de máscaras ni de espejos. Creía que eran los demás quienes le hacían obsceno y
feo solo para hacer rabiar su existencia. Pensaba únicamente en sí mismo en
medio de todos. Yo pienso solo en mí mismo, en mi única y absoluta soledad, de
ahí la importancia de los espejos. De los espejos rotos, tan insolentemente
veraces en su malicia.
ãjcll. Marzo
2018
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