La CAJA NEGRA revela la culpabilidad de Michael Connelly.


                                       (Con ocasión de la tertulia literaria, negra y criminal de 28/11/2018, mi opinión personal).
  
El inculpado, periodista de oficio y escritor, estuvo trabajando en Los Ángeles Times desde 1988, cuatro años antes de los graves acontecimientos que ocurrieron en la ciudad, originados por una sentencia a todas luces injusta, que indignó a la comunidad negra al absolver a cuatro agentes de la policía que se habían excedido en su intervención, ocasionando la muerte de un ciudadano negro desarmado. Tal circunstancia le sirvió de pretexto para estructurar una novela de la que se ha dicho que podría ser un “recuerdo” de aquellos hechos en su vigésimo aniversario. La novela se publicó en 2012.  A la versión española se le otorgó el VI Premio RBA de novela policiaca, más que por esa obra, probablemente, por toda su trayectoria criminal.
La caja negra es una novela de fácil lectura, como casi todo lo que escribe Connelly con buen estilo, excelentes diálogos y gran maestría narrativa, capaz de mantener la intriga a la manera de las series televisivas que hacen apenas soportable el tedio de una tarde lluviosa del invierno incipiente. No es gratuito que su obra haya dado pie a la producción de estas con beneficio dispar para el autor y los decepcionados amantes del genero. Dejémoslo ahí. Solo hay que añadir que su obra resulta muy visual. Volviendo a La Caja. Después del extraño descubrimiento de un cadáver poco común en aquellas revueltas, Bosch se queda “mosqueado” durante veinte años por aquella incertidumbre. Sin embargo, no toca el tema racial, sino que se limita al caso de una periodista danesa, al parecer, ajena a aquel alborotado escenario y que de alguna manera le supone un escrúpulo, ya que, en algún momento, expresa la prevención poco comprensible de resolver, especialmente, el caso de una víctima blanca entre una mayoría de víctimas negras que quedaron sin resolver en otras cajas negras.
Conelly ha escrito, por lo menos, diecinueve novelas con el protagonista Harry Bosch. Además de “La caja negra”, he leído una de sus novelas iniciales titulada “El eco negro” con intención de comprender mejor al personaje y al autor. En las dos novelas los victimarios son excombatientes de la guerra del Vietnam y de la del Golfo. Parece que la guerra saca a relucir la verdadera naturaleza de las personas. En las dos existe un paralelismo claro. Si en “La caja” resuelve un caso de veinte años de antigüedad, en “El eco” disipa uno que tuvo su origen entre las “ratas” de los túneles estremecedores de Vietnam. El curso de las dos novelas es parejo. El proceso de investigación es similar. Comienza con apenas nada, una bala o una anónima llamada telefónica. (Por cierto, el jurado tuvo oportunidad de examinar in situ una bala para constatar sus características, y un perito, en calidad de testigo indirecto, ilustró al jurado sobre la trazabilidad de todas las pistolas). En las dos novelas el protagonista es hostigado por sus superiores. Los personajes secundarios se parecen, con distintos nombres, y los finales resultan igualmente inverosímiles. En ambas, Bosch a punto de morir en una situación increíblemente desesperada es salvado in extremis por una mujer con motivaciones espurias. Hay una diferencia: la referente a las relaciones sexuales. No se dan en La Caja y sí en el Eco.
El perfil de Harry Bosch está muy definido. Es un personaje depresivo, solitario, enamoradizo, paradójicamente cuasi misógino, y desencantado del mundo, de la hipocresía de la política y de la burocracia, “per se” obstructiva. No obstante su talante depresivo, cree en la verdad, piensa que esta debe imponerse a la injusticia, toda vez que la “justicia formal” está de parte de los poderosos a quienes desprecia, quizá por sus orígenes marginales. Harry Bosch ha sido y es un superviviente. Nace marginal. Es hijo de una prostituta a la que asesinan. Crece en orfanatos. Es un excombatiente de la guerra del Vietnam. Conflagración que ha producido un estigma insuperable en la sociedad norteamericana que ha afectado a sus valores y principios. Algo que prorrumpe toda guerra en que ha intervenido el país después de la segunda contienda mundial.  Bosch arrastra fantasmas de su pasado que influyen en su conducta de manera distinta a como resuelven su pasado los “malos”. Fantasmas que le siguen en su marginalidad como policía. Bosch no es de “la familia”. No es aceptado por la institución policial y será un perseguido por “Asuntos internos” ab initio. “Asuntos internos” es un prototipo de lo formalmente correcto a marcha martillo, una permanente inquisición empecinada en llevar a Hieronymus a la hoguera por su heterodoxia. Tan heterodoxo como su homónimo pintor.
Quizás, por ello, Harry Bosch desconfía de la rectitud moral de quienes mandan, a los que se enfrenta con su terquedad en resolver los casos al margen de la burocracia y de los manuales policiales, y con su individualismo, aunque manifiesta una complicidad con sus colegas, a los que deja al margen en su enfrentamiento con la autoridad. Considera que ello es una decisión personal en conciencia que trasluce un sentimiento de indignación frente a la corrupción de sus jefes y de responsabilidad ante la opinión pública. Opinión pública con la que amenaza a jefes corruptos por medio de la prensa. Por su condición de periodista es normal que Connelly tenga un concepto positivo de los medios, aunque tampoco los considera exentos de toda culpa al tratar de buscar titulares cuya importancia esté en relación con beneficios económicos, más que con el ejercicio del cuarto poder.
Lo que no me ha gustado son las soluciones mágicas que utiliza Conelly para progresar en la solución de los casos, casi siempre a través de la introspección, con giros argumentales tan imprevisibles como increíbles.
Conelly muestra carencias al dibujar los personajes femeninos, tanto con sus ocasionales parejas, con su hija adolescente, aspirante a policía que quiere limar los defectos del padre, como con la agente de Asuntos internos que sobreviene portadora de un final feliz al modo de un “Deus ex máquina”. El perfil de la hija provocó diversidad de opiniones al considerarla muy madura o muy madura de manera increíble a los dieciséis años. Pienso que está poco definida como personaje. No sé si pensar que es un recurso narrativo del autor como contraste ante el deterioro de Bosch, o Conelly está imaginando a su propia hija y deja unas pinceladas de ella.
A Bosch le gusta el Jazz y cita músicos y temas. Podría parecer, de manera ocasional, la banda sonora de la novela y hasta un regalo al lector aficionado. Sin embargo, me parecen superfluas sus referencias y sus comentarios diletantes. Creo que no añaden nada a la novela, ni siquiera comparten el ánimo del protagonista reflejado en el tema que pueda escuchar. La música en el cine y hasta en la literatura es un elemento añadido que predispone el ánimo del espectador o del lector para inducirlo más conspicuamente en lo que ve o en lo que imagina, o hacer más comprensible el momento o el entorno. En tal caso sería más inteligible que utilizara el Blues. Quizá, Connelly solo quisiera decir que a su personaje le encanta el Jazz. Yo hubiera preferido que lo hubiera mostrado.
Connelly es difuso a la hora de fijar las relaciones personales de sus personajes. A veces solo son nombres. Alguien podrá argüir que así refleja mejor el pertinaz individualismo de Bosch y su insana misoginia.

En síntesis. Cabría decir que Connelly ha pasado mal el corte de una tertulia exigente, a pesar de que ciertos abogados intercedieron por él con alegatos relativos a su buen oficio como periodista y escritor del genero policiaco y a su capacidad de entretener. Si hubiera que concretar el veredicto ponderado del jurado, sin ostentar representación alguna, diría que Michael Connelly, incluso con sus premios, es culpable de irrelevancia. 

© jcll. Noviembre 2018.



No hay comentarios:

Publicar un comentario