La última novela de Pilar Aguarón, “La vida que vendrá”, publicada por la Editorial La Fragua del Trovador (Octubre 2017), tiene una deriva fatal en su mejor sentido etimológico. “Fatum” es lo dicho, el dictado.
Con
fragmentos del pasado sobre conflictos entre personajes cercanos la autora
plantea, a partir de derivas radicales, una pendencia agónica entre el azar,
ciego y descontrolado, y el destino inclemente, para dirimir el futuro. El
dilema del azar y la necesidad es un planteamiento constante en la mejor
literatura universal, y en esta novela se resuelve, con sobrado mérito, de una
forma dramática muy expresiva y que de alguna manera provoca evocaciones
balzacianas de la “Comedia humana”. No por el estilo y la textura, sino por el
propósito y su mira. Balzac rodea, Pilar ataja. Aguarón escribe como pinta:
directa, sin rodeos, ni artimañas, para que no falte ni sobre el color y la
palabra.
La
premonición de Olga, la vidente, será determinante en la vida de todos los
personajes de la novela sin que ellos lo conozcan, salvo la protagonista
principal, que, a su pesar, aceptará, como
si de una virgen prerrenacentista se tratara, el “hágase en mí según tu palabra”,
el hacer del Hado aciago que la conducirá al final a través de lo despiadado y
lo implacable.
En el punto
inicial, hay que reconocer un silbido shakesperiano, que aquí prescinde de toda
motivación ética y que la autora salva, en favor de su heroína y de sus
personajes, todos ellos muy entrañables, con el uso del tiempo. El tiempo en “La vida
que vendrá” tiene un poder paradójico, a la vez corrupto y constructor, que habilita
para desvelar la verdad y que se disipa en un juicio en el que no hay arrepentimiento
porque tampoco hay culpa, pero que a través de un sentimiento de derrota
fatídica, característico de la inanidad del mundo en el que se desarrolla la
historia (otra vez Balzac), sin prestarse a la esperanza, da paso a la luz. Solo
un personaje, que no desvelaré aquí, me parece sombrío. Encarna el mal por
excelencia. Los demás, sin ningún titubeo, brillan en ese mundo oscuro.
Con
excelente oficio Pilar Aguarón no promociona una escritura mitómana que produce
héroes, ni desarrolla una narrativa hagiográfica. A Pilar le interesa el
personaje visto y reflexionado desde el límite de la vida, lo que le dota de
una gran fascinación. Irina, como sujeto psicológico y patético debe ofrendarse
para que quede a salvo la dignidad, sin la cual no vale la pena vivir. Irina
responde al silbido shakesperiano del inicio, al “fatum”, con la ética
kantiana, basada en sus raíces familiares.
Tan solo un
pero que desbarate toda acusación de parcialidad en la lectura y en la reseña
de esta obra por causa de mi manifiesta simpatía con la autora. A la pluralidad
de voces que despliegan de manera escalonada la exposición de la historia, un
carácter más polifónico que enarmonizara la monofonía que se percibe en la
galería de sus retratos hubiera hecho, sin prisas, de “la vida que vendrá” un
futuro perfecto.
jcl. Noviembre 2017.
jcl. Noviembre 2017.
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