¿Embarazada?

—¿Qué? —exclamé antes de atragantarme—. ¿Embarazada?
Algo del bourbon fue a parar a las sábanas.
—Fantástico. ¡Enhorabuena! —añadí como pude, entre toses—. No seré tan indiscreto de preguntarte más cosas.
—¡Serás cínico! —me acusó Piluca después de expulsar el humo. Le gustaba fumar después.
—Te lo digo con toda sinceridad —repliqué sin sonreír. Me levanté y descorrí un poco la cortina. Entró una luz opaca. Ya no tenía sentido la penumbra.
Me volví de nuevo a la cama.
—Entonces… ¿no te importa?
—¿A mí?
Piluca, a mi lado,  se incorporó un poco en busca del cenicero que estaba en la mesita de noche y sacudió la ceniza.
—¿Que siga con el embarazo? —preguntó sin mirarme.
—Al contrario sin te hace feliz volver a dar a luz, amamantar, limpiar culos, cambiar pañales, preparar biberones, padecer insomnio…, por mí..., encantado.
—¿Lo dices en serio?
—No he dicho nada más en serio en toda mi vida —le contesté.  
Después de decirlo necesité un trago largo.
—Podrá llevar tu apellido —alegó.
—Nena, como si quieres ponerle Sarkozy.
—¿Cómo Sarkozy? ¿Qué tiene que ver Sarkozy en mi embarazo?
—Espera un momento—. Me volví hacia ella y crucé las piernas. Piluca tiró de la sábana para envolverse en ella y se sentó en la cama.  Le clavé los ojos. —¿Qué quieres decir?
—¿Tú qué te imaginas?
 —Creí que estabas hablando de cosas serias.
—Y tan serias.
—Piluca, vete a la mierda.
—Lo sabía —profirió, aplastando el cigarro en el cenicero.
—¿Sabias, qué?
—Nada— dejó escapar.
—¿Nada? —pregunté incisivo.
—Sabía de tu irresponsabilidad —soltó sin dejar de mirarme al fondo de los ojos —.  Pero, sepas que yo no voy a deshacerme de lo que sea —añadió.
—Me parece admirable que no cedas a la violencia estructural. Lo mismo Gallardón quiere ser el padrino.
—No sería mala idea.
Despacio se deslizó y volvió a dejar la cabeza sobre la almohada.  Clavó la vista en el techo.
—¿Qué pensabas que era partidario de que abortaras? —pregunté. Sostenía el vaso con las dos manos.
Piluca asintió con una mueca, pero no contestó. Seguí después de apurar el bourbon. En el fondo del vaso quedaba un poco de hielo.
—No, Cari, es tu vida y con tu vida puedes hacer una rifa o subastarla si es lo que te maravilla.
—Pensaba que tenías algo más que decir.
—¿Decepcionada?
—No. Va contigo. Aunque en el fondo, una siempre espera otra cosa.
Seguía con los ojos en el techo.
—¿Qué quieres que diga?  ¡Coño! Que hayamos echado algún polvo, no me da para decidir sobre nada, ni me hace responsable de lo que tú decidas.
—Jaime, eres un cínico.
Se volvió para decírmelo. Se levantó, se lió en la sábana, buscó un cigarrillo, lo encendió y se sentó en el sillón que había junto al televisor.
—Pero,  ¿de qué vas? ¿Tú me has oído hablar de pareja?  Ni siquiera te he dicho nunca un te quiero.
—Yo no hablo de sentimientos. Hablo de asumir consecuencias.
—¿Consecuencias? ¿Por echar un polvo?
—Por quedarme embarazada.
—Sigue embarazada si quieres. Eres mayorcita. No necesitas autorización.
—No la pido, pero algo tienes que ver.
—¿Yo?
—Sí, tú.
—Piluca, vete a tomar por el culo. Tú estás loca.
—Eso, ahora escurre el bulto. Nunca mejor dicho.
—Mira, corazón, puedo ilustrarte o dejarte en la ignorancia. Lo que tú digas.
Me levanté, abrí el frigorífico y destapé otro botellín de bourbon y lo arrojé en el vaso. No añadí más hielo. Comencé a vestirme.
—No me vengas con que siempre usas condón. 
—¿O, no?
—Si. Pero sabes muy bien que se te ha roto varias veces.
—Efectivamente, con gran desasosiego por mi parte. Tomo mis precauciones para evitarme daños colaterales.
—¿Qué crees, que yo no?
—Afirmativo. Quiero decir: Tú no. Ahí lo tienes.
—Una no se embaraza sola.
—Eso está superado. Aunque sigue siendo cierto que no depende sólo de una. Lo que sí sé es que de mí, en tu caso, no depende.
—¿Ah, no?
—No.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque soy consecuente.
—¿Entonces?
—Tú sabrás. No compro ese paquete. Habla con tu marido.
—No follo con mi marido desde hace más de un año.
—Conmigo sólo desde hace dos meses.
—¿Qué insinúas?
—No sé, pregunta a alguna vidente, o a tu Director de Recursos Humanos.
—¡Ese imbécil! Sabes que no lo veo desde que te conocí.
—Sólo sé que lo dices.
—Encima casado.
—Eso no es nuevo. Ya lo sabías. Y tú también lo estás.
—Pero yo no ejerzo.
—Ni yo quiero ejercer.
—Tranquilo, tengo coraje para llevarlo yo sola. Ni voy a abortar, ni voy a demandarte…
—Perfecto. Lo que me lleva a pensar que eres una mujer tan inteligente como estupenda.
—De momento, aunque quien sabe…
—Dejarías de serlo.
—Jaime, eres despreciable.
—Piluca, vamos a aparcar las descalificaciones. No me parece decente.
—¿Cómo te atreves a hablar de decencia?
—No lo hablo. ¿Deberíamos?
—Mejor no.
—Mejor —afirmé mientras acababa de vestirme.
Piluca seguía sentada en el sillón, medio envuelta en la sábana.
—¿Qué prisa tienes? Todos sois iguales.
—De eso no tengo experiencia. Pero quiero hacerme las pruebas de ADN cuanto antes, no sea que tenga que exigir responsabilidades al médico que me hizo la vasectomía hace diez años.





2 comentarios:

  1. JAJAJAJAJAJAJAJAJAJJAJA. Mi madre decía que al paso que vamos hasta por internet se van a quedar muchas muejres embarazadas.
    Unos dialogos insuperables.

    ResponderEliminar
  2. Sí, se mantiene el suspense hasta el final. Escena vívida que traspasa las palabras, fácilmente llevable al cine o al teatro.

    ResponderEliminar