El tiempo perdido.

               Cada día me amanecía con la intención de recuperar la calma, como un sentimiento perentorio para poder sobrevivir de manera satisfactoria. Intención que naufragaba a los pocos minutos con tan solo escuchar la radio mientras me afeitaba. Las noticias producidas y el análisis que quería hacer de las mismas me desbordaban. La lectura a continuación de al menos un par de periódicos, para poder contrastar, y sus artículos de opinión, que leía con toda rapidez, intentando buscar las ideas principales, me causaban un agobio inevitable porque tenía que atender los mensajes de Twitter y asomarme al Facebook para saber qué es lo que se estaba cociendo, sin olvidar los correos electrónicos recibidos. Eran tantos los mensajes que llamaban mi atención que hacían imposible que me centrara en lo que de verdad me importaba. Pero estar solamente a ello, me hacia obviar la realidad que me rodeaba  y hacia que a los dos días de olvidarme del mundo me sintiera desinformado y fuera de la realidad, lo que también me agobiaba.
               Se lo planteé hace poco a mi psiquiatra y me dijo que a él le pasaba lo mismo. Le pregunté: <<¿Y tú cómo lo solucionas?>> Después de encogerse de hombros me preguntó: <<¿Cuántos años tienes?>> <<Cuarenta y seis>>, le contesté. <<¿Y con esa edad te preocupa el futuro?>> me replicó. En principio me quedé muy perplejo. A la mañana siguiente le puse un correo y le dije: <<Amigo: dado que ya no tengo futuro, he decidido dejar de estar agobiado>>.  
               Desde entonces hago lo que me da la gana. Paso del Twitter, del Facebook y de los mercados, y como estoy entre los cinco millones y pico de desempleados, y salir de ahí no depende de mí, todas las mañanas me la paso tocando el saxo.
               A veces, sin ninguna prisa, leo a Proust.

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