Betibú, un tango en el filo de lo insondable.



Claudia Piñero es una excelente escritora argentina, novelista, dramaturga, guionista y periodista, que ostenta el XIV premio Pepe Carvallo (2018) de novela negra otorgado por el Ayuntamiento de Barcelona, y que se incorpora por méritos propios a la ola de escritoras que aparecen y brillan en el panorama literario por mor de las grandes editoriales en lengua castellana. 
Me gusta cómo escribe. Me encanta su literatura intensa y entusiasta con la que atrapa al lector y lo conduce fácilmente con un estilo lúcido y un léxico sustancioso. La escritora está por el tipo de relato en el que muestra una historia y espera que el lector le siga no obstante haberle dosificado la información. Escribe guiones para televisión y produce novelas singulares, con personajes femeninos muy potentes, que, sin duda, están en la base de su feminismo militante. 
Betibú es una novela muy visual. El cine se ocupó de ella. Si casi todas sus novelas entrañan una obsesión por la muerte y por la soledad de sus personajes, en esta se da de manera especial. Sin embargo, al terminar de leer Betibú, llegué a la preocupante conclusión de que la autora se había quedado sin historia tras esa escritura brillante. La primera parte de la novela, con una buena presentación de personajes y escenarios, parecía muy prometedora, sin embargo, la resolución resultaba forzada. No se sabía cómo se había producido la serie de asesinatos que impone la trama. Todos los muertos habían aparecido como por ensalmo, y el lector se quedaba esperando, inútilmente, que en algún momento el narrador mostrara de qué manera había actuado el asesino, se le delatara y recibiera su castigo. En definitiva, tenía la sensación de que la historia de Betibú chirriaba. Todo desembocaba en alguien todo poderoso que mataba donde quería y como quería, y a Claudia Piñero, al parecer, solo le interesaba establecer la relación entre los muertos y el móvil de sus decesos como una ecuación que conducía al asesino. Y eso no era así. Hasta que alguien, que conocía el ámbito argentino en el que se desenvuelve la autora, proporcionó la clavé para entenderla. Betibú es una novela que necesita una clave para su interpretación. Es una novela en la línea del compromiso social de la autora.  Con toda seguridad, después de conocer sus declaraciones sobre el panorama político, social y económico de Argentina desde el fin de la dictadura, podía ratificarme en esa nueva conclusión.

Y luego estaba ese final feliz de las dos ultimas páginas que parecía un brindis innecesario para lectoras o lectores facilones. La autora padecía de escrúpulos. Por eso…, se excusaba.  Un final feliz que deseaban vehementemente las amigas de Betibú. ¿Estaba pensando en un público femenino? Bastante, pero no del todo. Algo parecido dije en la tertulia de Primado Negra con gran extrañeza de casi todos los tertulianos, de entre los que alguno había apostado más por atribuir al grupo de amigas de Betibú el oficio del coro griego, o a modo de tal. Ciertamente lo parece.
La presencia a lo largo de la novela de las amigas de Betibú, quizás, muy intencionada parece el retrato de una sociedad pija, que consolida igualmente con la presencia del hijo de Betibú y sus amigos en el Country. Creo que Claudia Piñero aprovecha ese grupo de mujeres para dotarlas de una función preventiva con respecto al personaje de Nurit Iscar ante los peligros y desgracias que pudieran derivarse de una conducta impropia de seguir con su ex amante, algo que sí hacía el coro griego, aunque en este caso lo precisara poco un personaje que, con vacilaciones, gozaba de ideas muy claras. Más bien, estoy convencido que Piñero se burla de ellas desde un punto de vista feminista, de cuya causa es una activista. Es un puntazo de humor en la novela, y, que es, al parecer, bastante común a lo largo de toda la obra de Claudia Piñero.

Dice Claudia Piñero que “El Country es un escenario cerrado, un coto privilegiado, y que el gueto son los de afuera, que el sistema permite el maltrato a las personas. Un sistema que usa la violencia y la sospecha por principio, y confunde el espacio publico con el privado, que promueve, sin escrúpulos, la intromisión en lo intimo y personal”.  Un escenario que conoce muy bien, porque ella vive en uno de esos lugares para privilegiados de los alrededores de Buenos Aires. Un espacio donde la libertad es para pocos en aras de primar la seguridad, porque todos los foráneos son sospechosos.
Hay una serie de preguntas constantes durante toda la lectura de la novela: Frente a seis muertes violentas de personas relacionadas entre sí, ¿sólo está el periodismo ocupado por la verdad, por la corrupción o, quizás, solo por la cuenta de resultados? ¿dónde está la policía? ¿seis asesinatos, y no pasa nada? ¿O está la policía detrás de todo ello como el vértice de un poder que no admite control? ¿Claudia critica la corrupción de la institución policial? La respuesta a estas preguntas se da en clave argentina y la ratifica la propia autora en una entrevista. “Después de la dictadura quedó mucha mano de obra de la represión, policías que formaron parte de bandas de secuestradores y de sicarios. En España, probablemente, los padres aconsejan a sus hijos que en caso de problemas busquen un policía. Los argentinos de mi generación les recomendamos que busquen a un quiosquero, o a quien sea, pero no a la policía. No hay día que la prensa no informe de la participación de un policía o ex policía en un acto criminal”.  La novela es de 2010, en pleno Kitchnerismo.  No puede sorprender que Betibú entrañe un homenaje al buen periodismo, a los periodistas de a pie, ya sean de la antigua escuela o del nuevo periodismo sin papel, a través de la novela negra, cuando tratan de revelar la metástasis de corrupción que sufren unas instituciones contaminadas. ¿Acaso no formaría parte de la serie negra una novela que se ocupase de la muerte de un fiscal del que todavía no se sabe de manera oficial si se ha suicidado o ha sido asesinado?
Así funciona la clave que clarifica la novela. En las novelas de Claudia Piñero los “buenos”, los investigadores de la verdad, los justicieros, los perseguidores de lo inicuo no son los policías, sino cualesquiera otros, por ejemplo, los periodistas, los escritores. No importa el asesino, sino los muertos. No importa tanto los motivos, sino tener presente que el que sobrevive y da la orden es el que está arriba y no tiene rostro. Importa menos la justicia que la verdad, toda vez que la primera es casi imposible sin que antes prevalezca la segunda. Solo dando a conocer la verdad, algún día pueda haber justicia. 
Betibú es como un tango sin fin que perdura en lo insondable. Claudia Piñero y Betibú lo saben y lo bailan de manera canalla. ¿Cómo podría ser de otra manera? 
© jcll. Marzo 2019.

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