Cooper está enfermo. Lo han ingresado inconsciente.
Me han llamado del ayuntamiento para decírmelo después
de rebuscar en su chip.
—¿De qué? —he preguntado a la funcionaria.
—De tristeza —me ha contestado con cierto tono de
condolencia.
—Eso es imposible. Cooper es un perro alegre.
Además, ¿Cómo puede saberlo usted?
—Eso ha dicho el veterinario cuando lo ha
examinado. Lo pone en su diagnóstico. Se lo puedo leer textualmente. Además he
visto su foto.
—¿Tiene usted una foto de su tristeza?
—La he visto en el blog del veterinario.
—No me lo diga. Prefiero imaginarlo tal como es: alegre,
confiado, resuelto, jovial…
—También está enfermo de inanición.
—No puedo creerlo. Lo siento señorita. Cooper no
necesita comer, se alimenta de… claro…
Perdone. Tiene razón el veterinario. ¿Ha dejado alguna cosa
para mí?
—Tengo su teléfono. Lo hemos sabido porque tiene
un solo contacto. El suyo. Y un mensaje inconcluso que al parecer no ha enviado.
—Léamelo.
—Está en griego.
—Vaya, eso está de moda. Cooper no sabe griego, aunque
lee a Kavafis.
—¿En serio?
—Un perro muy raro. ¿Alguna cosa más?
—No.
—Gracias por llamar. Pasaré a visitarlo mañana.
—Cuando pueda. Le sentará bien.
—Gracias de nuevo.
—Ah sí. Perdone. Hay una fecha. Diciembre. ¿Le
dice algo?
—No caigo. Lo siento. En fin, cosas de Cooper.
No hay comentarios:
Publicar un comentario