Care
Santos, a propósito de “Habitaciones
cerradas”, decía que su libro no era una novela histórica. “No me gusta
nada la novela histórica, porque uno tiene que perfilar una trama para recrear
una época, y además creértela: como lectora no me interesa y como escritora,
menos.” En ese punto de vista vengo a coincidir con la autora de “El
aire que respiras” (Editorial Planeta, febrero 2013). Es su última
novela. A mi tampoco me gusta la novela histórica, quizás por otros motivos.
Ciertamente las hay buenas, pero siempre tengo la sensación de que tienen
truco, de que él escritor hace trampas con la historia y con el espacio que
recrea.
Estuve
en la presentación de “El aire que respiras”, invitado por
la editora Susana Alonso y por José Luis Rodrígez, mi librero, y no me avergüenza confesar
que, de entrada, lo hacia con cierta prevención en lo que pudiera tener de
novela histórica. A medida que fui escuchando, primero a Marta Querol, la
presentadora, y luego a la propia autora del libro, mi prevención se tornó en
interés. Hablaron de la gran transformación de Barcelona desde la primera década del
XIX, cuando la ciudad sufría, oprimida, bajo la bota infame del ejército de Bonaparte,
hasta más allá de mediado el siglo. En ese espacio y en ese tiempo se
desarrolla una historia que cuenta la persecución de una colección de libros
fabulosos por su singularidad, en la que intervienen múltiples personajes, unos
reales y otros ficticios, siendo la urbe, quizás, el más importante.
Este
era otro motivo que me alarmaba a la hora de la lectura de “El aire que respiras”. Pensaba:
otra historia “pegada a rueda” de los betsellers sobre libros o códices perdidos. Nada más lejos de la realidad, y en
consecuencia nadie más equivocado al respecto.
Care
Santos, sobre la base de una documentación muy sólida, nos muestra una
Barcelona convulsa que se vacía en el horror para emerger nueva, aunque no
distinta, porque las ciudades no son sólo las calles, las ramblas o sus nuevas
avenidas, sino los ciudadanos que las habitan. También desvela el mundo de los
libros y los libreros de una época que comienza a percibir las luces que vienen
de Europa, aunque para ello tengan que abrirse huecos, arrasar murallas,
derruir callejas, y asolar conventos e iglesias, que, por una parte impedían la
entrada a la luz y a los derechos igualitarios, pero por otra, habían sido
custodios de pozos de sabiduría en los libros almacenados en sus bibliotecas, a
la vez que tesoros, arruinados después por el fuego, el agua, el olvido y la
ignorancia. Y también historias que permanecían en la memoria del papel o del
pergamino.
“El
aire que respiras” llega hondo y oxigena por donde pasa. Envuelve como
una niebla, atrapa como una fragancia, sofoca como un viento de poniente, abruma
con emociones incontinentes, a veces ahoga y en otras refresca como una brisa.
La novela se lee, se vive —me imagino—, lo mismo que se leían a mediados del
siglo XIX las novelas por entregas, los famosos folletines. Obras de Dumas, de Eugène
Sue, de Dickens. Dicho sea con el debido respeto y unción ante apellidos tan
ilustres y ante el libro de Care Santos.
La novela contiene elementos representativos de las obras de autores de tanto
prestigio como los nombrados.
Su
novela es a la vez una historia de aventuras, costumbrista y de intriga, donde
las grandes pasiones florecen esplendorosamente: el amor, el odio, la venganza,
la traición, la ira, la lujuria, la
avaricia, la ambición, el honor, la amistad, la gratitud, en un enclave
histórico muy bien documentado. En definitiva, están los grandes sentimientos
universales. Todo ello aderezado con contenidos sociales que emergen en aquella
época como la punta de un iceberg, y que saldrán del todo a la superficie en la
Barcelona de la segunda mitad del siglo. Hasta ahí no llega “El aire…”, pero, hasta donde llega,
huele a viejo y a nuevo.
“El aire que respiras” es exuberante en materiales narrativos, con un estilo
dinámico a base de una acción agitada, con
preferencia por los diálogos justos y descripciones precisas. Care
Santos trenza elementos realistas con algunos fantásticos o, mejor sería
llamarlos, típicamente románticos. Así, por ejemplo, las sesiones de
espiritismo, participadas por gentes cultas, quizás las más ilustradas y
vanguardistas de la época, y el gusto por lo fúnebre y lo macabro.
Care
Santos, a
través de una realidad posible, la más documentada, crea ficción, sin perjuicio
de imperceptibles licencias necesarias en aras de la credibilidad, y sin que el lector se atreva a determinar dónde
está la frontera entre una cosa y otra.
“El aire que respiras” es una novela de casi seiscientas
páginas que se lee aprisa, con la emoción a flor de piel, con el pálpito
contenido, con la necesidad de saber qué ocurre con los personajes, y con la
esperanza de que se restablezca la justicia y la verdad renazca. Pero sobre
todo, con el ansia de que, desterrados los quinqués y los candiles, amanezca una
ciudad nueva y luminosa llena de faroles.
© Preludio. 03/2013
Es la segunda reseña que leo hoy respecto al libro, José, algo magnífico pues en nuestro país abundan poco, casi nada, las palabras laudatorias sobre el trabajo literario ajeno.
ResponderEliminarEspero tenga muchísimo éxito la novela de Care Santos, tanto tu reseña como la que he visto anteriormente coinciden en la excelencia de la obra.
Feliz viernes y un cordial saludo.
Magnifica reseña Preludio. Solo leerla apetece leer el libro. No soy muy aficionada a leer libros tan largos pero creo que tu reseña me va a concencer de atreverme con este.
ResponderEliminarBuen fin de semana.
Bárbara
Muchas gracias, Aureavicenta. Tu comentario prestigia la obra reseñada. Al comentarista también. Saludos
ResponderEliminarGracias Bárbara. Estuve en la presentación del libro y me pareció interesante leer esa novela hasta el punto de retrasar otras lecturas más perentorias. Saludos.
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