A estas alturas del
mes de septiembre se han terminado las vacaciones y es tiempo de volver al tajo.
Pero, no es así. Hace años que no tengo vacaciones y mi vida se rige por las
estaciones. Sin embargo éste año, por una serie de circunstancias que no voy a
referir, no ha venido el verano para mí. No me refiero al climatológico, que ha
resultado espantoso, sino a lo vivencial, al mundo de los sentidos. Vino San
Juan y no me enteré, no supe ver cómo la claridad se imponía, en julio, obligaciones que tomé como propias
condicionaron mi vida, más de lo que podía imaginar. A cierta edad ya no puedo permitirme muchas
cosas. Teóricamente deben quedar pocos julios en mi calendario. En Agosto por
mor de la costumbre y exigencias ancestrales hubo que estar junto al arribo de
las olas. No resistí más de seis días y huí en busca de una silla, un buen
libro, un botijo y la sombra de una higuera. Sin embargo, —y eso es lo que me resulta
más triste— no me enteré de que era momento
de comer el fruto. Todas las mañanas de agosto de mi vida de adulto he desayunado
unos higos recién cogidos, con unas cortadas de jamón dentro, una tajada de queso
curado y un vaso de vino. Esta mañana los he descubierto todos en el suelo,
alrededor de la silla y del libro abierto. La misma silla, el mismo libro y el
botijo medio vacio. Terrible. Es verdad que en varias ocasiones me escapé sólo
en busca de horizonte, que el sol me diera en la cara cuando yo salía de la
noche y él emergía del azul oscuro. Era un reto. Acudíamos ambos como si hubiéramos
pactado una cita diaria. Luego se alejaba con la indiferencia de un viejo amigo
mientras yo trataba en vano de varar el
barco en la línea del horizonte.
Y ha venido septiembre.
Un mes para el otoño que deprime la esperanza. ¿Cómo no, si la luz se va apagando?
La vendimia ha
empezado en algunos sitios y las avispas abruman. La cabras bajan del monte y
sigue sin llover desde la primavera. No sé qué será si no llueve. Morirá todo.
Yo también si dejo de cumplir cada día
cuarenta y dos años.
©Preludio 2012
¡Lloverá! Sólo tienes que cambiar los higos por las uvas...
ResponderEliminarUn fortísimo abrazo.
Eso espero. La vendimia ya ha empezado y las hojas empiezan a amarillear. Besos.
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