Esta tarde cuando
caía el sol, en estado de fuga de mí mismo, me he encontrado con un perro
solitario que venía en dirección contraria por el mismo camino que muestra la
fotografía. Un camino con ecos todavía de un tren renqueante que lo transitaba
bordeando el río hasta, horadado el horizonte, aparecer al cabo de dos horas en
la playa. La luz era tenue. Solo las crestas de las montañas que rodean el
valle relucían y adensaban el silencio que, no entorpecía, el movimiento de las hojas de los olivos, y
de los cañaverales movidas por la brisa. En ese paisaje ha tenido lugar el
encuentro.
Era un perro solitario en blanco y
negro, no muy grande, sin collar, de mirada recelosa, perdido y sucio. Los dos hemos hecho lo mismo. Nos hemos detenido
a pocos metros uno del otro, después de desviarnos de la trayectoria que
llevaba cada uno. Yo, hacia mi izquierda, y él exactamente lo mismo. No hemos
observado, sin atrevernos ninguno a mirarnos a los ojos. En la mano llevaba el
teléfono como una costumbre añeja en mis paseos. El perro, solo su propio miedo
como amenaza. Me he percatado de ello porque era lo que miraba de soslayo.
Quizás temía que lo lanzara en su contra como si fuera una piedra. Los
teléfonos casi siempre resultan peligrosos y a la postre muy eficientes para la
derrota. Eso es lo que nos hemos dicho entre otras cosas, además de la soledad y
de los recuerdos que rumiaba cada uno. Los perros también tienen memoria. Lo
que no sé es si tenemos futuro. También en eso creo que hemos coincidido.
Quizás él no lo sepa. Retomado el paso, nos hemos dado resguardo uno al otro al trazar una media
circunferencia cada cual y nos hemos ido alejando. A los pocos metros nos hemos
vuelto para mirarnos con la respiración más relajada. Mientras tanto emergía la
luna de manera insolente, y me ha parecido que nos incitaba al reencuentro mañana
a la misma hora.
Si vuelve el perro intentaré
convencerlo de que se aliñe un poco. Será el tiempo de las presentaciones. «Soy
Preludio, le diré, ¿y tú? Si no recuerda su nombre, lo llamaré Cooper en
recuerdo de aquel actor que estuvo solo ante el peligro». No creo que le guste,
pero no se me ocurre otro nombre. Yo puedo mostrar una mirada temerosa como
Cooper, devolver el teléfono al bolsillo, pero no voy a parecerme en su atuendo
en tanto él no lleve también un teléfono del que yo tema que pueda
arrojármelo.
Por fin, la luna se
ha apoderado del camino y a los lejos se veían las luces de mi casa. No creo que Cooper haya visto las de la suya.
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